Cuando era niña, mi juego preferido era disfrazarme con la ropa de mi madre. Sus tacos altos, sus collares, sus vestidos. Reconozco que vuelvo a ese juego cada vez más seguido: no como disfraz sino como un ejercicio de resistencia: me divierte pensar que debajo de los metros de tela que me cubren, mi cuerpo es pequeño como una granada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario