martes, 31 de julio de 2012



Sé que jugás
con los silencios

los tirás
al aire

yo espero y

caen.







Suelo deshidratarme con frecuencia.
Los límites
entre el verso y la vida
son de agua.





domingo, 29 de julio de 2012



Llevo puestos
peces  en los ojos
para poder nombrarte
bajo el agua.




viernes, 27 de julio de 2012


Cuánta agua entra en el silencio.

Deberían inventar frascos herméticos
para que las distancias no se abran.





miércoles, 25 de julio de 2012


Hay días que la poesía me desordena. Entonces aparezco.







Teníamos tantas soledades.
La de los domingos
antes de la noche,
la soledad del tren
con todas las soledades apretadas,
la de los patios
a mitad del otoño
cuando ya nadie barre
las hojas ni las flores.
Teníamos la soledad
de la habitación de hospital
después del horario de visita,
la soledad del amor
después de los regalos,
la de los gatos olvidados
en los balcones,
la del dueño del gato
que olvidó al gato
que se fue tras una gata
olvidada en un balcón
por una señora sola
que tiene Alzheimer.
Teníamos las soledades
más inoportunas, más contradictorias
las soledades más revolucionarias
y contrarrevolucionarias.
Teníamos las soledades
más calladas.

A quién le extraña entonces
que nos hayamos ido.




© Prisa. Valeria Cecilia Pariso, 2012


Cuando ya no podamos
esperarnos sin dolor
qué haremos con el tiempo.

Quién abrirá las ventanas
para que el grito salga.



martes, 24 de julio de 2012



Ahora despierto y lo sé,
lo saben mis amigas,
los espejos,
me pruebo un vestido y lo sé,
veo besos y lo sé,
lo saben los que se besan
cuando me miran besándose
de reojo y siguen
con el beso y se ríen,
mi madre no lo sabe
pero lo intuye, es cierto.
La vecina dice que ando en algo raro,
duermo y lo sé
rezo y lo sé,
vuelvo a despertarme y lo sé,

pondré prímulas en las macetas
para disimular mis obsesiones.

lunes, 23 de julio de 2012


Antes
cuando te quería
todo se podía
comprar con monedas.





domingo, 22 de julio de 2012



Cuelga de un hilito.
Está aferrado
al final
del hilito.
Y cuelga
porque cree que no va a caerse.
Ya no pesa casi
es cierto
pero tu amor pesó por tanto tiempo que
es increíble verlo
ahora
colgado de un hilito
manoteando todo
para asirse a mis ojos
como un último paracaídas.





domingo, 8 de julio de 2012

Revista Colectivo Rio Negro Nº 9

Gracias, REVISTA COLECTIVO RIO NEGRO Nº 9 POR PUBLICAR MI POEMA "Cuando te miro con ganas!"

http://issuu.com/rionegro/docs/rio_negro_9



Cuando te miro con ganas

Sobre mis párpados
tengo sentadas
dos gatas negras.
Te miran…
Cuando parpadeo
arquean sus colas
alzándolas como una falda.
Buscan con sus hociquitos
la humedad de tu boca
refriegan sus cuerpos
por tu sexo
haciendo un zigzag
entre tus piernas y el techo.

Luego vuelven
atorrantas
a esperar sobre mis ojos.




jueves, 5 de julio de 2012

EL POZO







                                   En el pozo
 caigo inhóspita y agria en tu homicidio.


            E
            S
            T
            O
            Y        

            C
            A
            Y
            E
            N
            D
            O

            C
            O
            M
            O

            U
            N

            T
            R
            I
            Á
            N
            G
            U
            L
            O

            I
            S
            Ó
            S
            C
            É
            C
            E
            L
            E
            S      dentro de éste agujero en el que me tiraste. Todavía siento tus manos arrancarme de la orilla del pozo, tus piernas haciendo palanca contra las mías y te oigo diciendo: “Tomá”.
            Tengo tu grito adentro de mis orejas y siento mis latidos que me mueven el cuerpo.
            C
            A
            I
            G
            O.
Presiento mi muerte inexorable.
C
A
I
G
O
Veo mi vida, el empujón, cuando te fui a buscar al trabajo y cenamos en Puerto Madero, mi mamá planchándome la ropa, la pelea de fin de año, mi vestido rojo, cuando me golpeaste en la casa de Irene, la Navidad de hace dos años cuando me regalaste al perro, tu prima Inés contándome lo de Ana, la vez que te denuncié, la mujer policía que no me quería tomar la denuncia, el aviso de la chacra, tu vieja sirviéndome los ravioles, los nenes de primero cuando me trajeron el ramo de flores, mi velorio, tu mano, mis hermanos.
 Me agarro de donde puedo con desesperación. No puedo… no me agarro. Si no hay fondo, me digo, mientras mi cuerpo embiste contra los costados de la tierra, tal vez no muera. Tal vez me quede acá encajada hasta que venga alguien y me tire una soga, y me saque.
Intento abrir desesperadamente las piernas para encajarme en las paredes del pozo y no caer. Las abro de una forma inexplicable pero no me sostengo con nada. Huelo la tierra, el polvo de las arañas, los gusanos y toso. Tengo la garganta seca y la lengua ancha y dura.
C
A
I
G
O
                      hacia un costado del agujero y me estrello la pierna contra algo. Me duele la pierna, me duele tanto la pierna… Siento mis piernas desencajadas, con laxitud inhumana. No veo. Huelo… huelo la tierra negra y la humedad espesa el aire y cuesta entrarlo. No puedo respirar bien y
            V
            O
            Y

            C
            A
            Y
            E
            N
            D
            O
            mis brazos tratan de arañar desaforadamente algún lugar de donde asirme. Cómo pudiste tirarme, te grito, cómo carajo se te ocurrió tirarme, Andrés, sacame de acá, hijo de puta…
Pego un alarido mientras siento como si la tierra de pronto se hubiera acabado y ya no cayera más.
Grito.
Mi pie, el derecho, hace tope contra algo, contra una cornisa en el costado derecho de este pozo. Te imagino agachado, mirando para abajo, tratando de asegurarte de que no se oigan mis gritos. 
            ¿Adonde termina este pozo? ¿Dónde caigo?  Pienso en que tu madre tuvo que ver con esto, tu madre que te llenó la cabeza, seguramente. La imagino mientras me meo sobre mis piernas, la pollera, los tobillos, y siento cómo me arde el pis en las rodillas.
            Huelo a sangre, huelo la acidez de la sangre pero no puedo tocarme y saber de dónde sale.
Quién sabe si alguien pasará por acá durante la noche. Había un alambrado cerca del pozo y una casa bajita a unos cien metros. No recuerdo nada más. Nada más que el cartel que decía “Chacras del Ghiso”.  Lo leí y me pareció tan lindo…Yo te creí. Yo te creí que me traías para comprar algo lejos de Capital, hijo de puta…. 
            Me pesan los pies mientras C
          A
                                                          I
                                                           G
                                                           O  Hablo y siento la boca llena de ampollas, o de bichos, igual los brazos, siento cosas que me caminan por todos lados, me pican la piel como si estuviese llena de ronchas. Debo estar llena de ronchas. Qué hora será, no me acuerdo bien a qué hora llegamos. Sé que salimos de tu casa después de almorzar. Tu mamá nos preparó ravioles, te das cuenta…Ustedes dos sabiendo que me ibas a tirar a un pozo y tu vieja nos preparó ravioles. ¿Lo sabía tu vieja, Andrés? Hay que ser hijos de puta, los dos, los dos iguales. Me oís… ¿Lo sabía o no tu vieja? ¿Te ayudó a planear esto? Porque esto fue pensando… esto te llevó tiempo pensarlo, Andrés…
Debe estar oscuro arriba, quizás esté oscuro ahora, no sé cuánto tiempo hace que caí acá adentro. Cuánta tierra estoy tragando, dios mío…Maldita la hora en que juré vengarme de vos si me dejabas. Maldita la hora en que me dejaste y te lo dije.
            Yo sabía que salías con Ana. Todo el mundo lo sabía. Me lo había dicho tu prima que siempre me quiso. Me dijo que salías con Ana desde hacía tiempo, que la habías llevado a tu casa y que a tu mamá le había caído bien. Ella era una chica para vos, dijo tu vieja, no como yo, que vivía en Floresta y te hacía cruzar media Capital para venir a verme.
            El problema es que no tuviste el valor para hablarme de frente, entendés, Andrés, empezaste a dejarme de a poco, a violentarte conmigo, a salir sin mí.
            Ahora lo que no entiendo bien es para qué me regalaste al perro, porque para esa época vos ya salías con Ana.
Pienso y no puedo creer estar acá abajo. Tengo la sensación de haberme muerto ya, de no estar, de no ser yo la que respira tierra. Vos me creíste pero yo no me iba a vengar, Andrés, era una forma de decir, un momento de furia de ver que todo lo nuestro se perdía.
Trato de gritar y no sé si alguien me oye. No sé si logro largar el grito, no sé si se escucha afuera cuando grito, no sé… Tengo miedo de moverme y volver a caer. Tengo una de las piernas apoyada contra uno de los costados del pozo y la otra doblada. Debo tener quebradas las piernas, los brazos…
 Siento mis costillas hechas tablas, me toco el ombligo y palpo la columna vertebral. Yo sé que vos y tu vieja están pensando lo bien que les salió. Esto no se te pudo haber ocurrido a vos solo… ¿Habrás llegado a tu casa? ¿Se lo dijiste ya, Andrés? No imagino qué harás cuando llegues a tu casa después de haberme tirado en el pozo, sin embargo, sí sé la cara que debe estar poniendo tu madre… Sé que le debe estar rezando a todos los santos para que no te agarren. Te debe estar diciendo que te vayas lejos, que ella te presta los dólares, que los agarrés y te vayas a Alemania, donde está ese tío tuyo que ni siquiera conocés.
            Debe ser así porque los dos sabemos bien que tu vieja nunca me quiso. Cuando me conoció me dijo que una maestra era poca cosa para vos. Yo te lo conté y vos te reíste. Yo no le veo la gracia. No sé que se creía tu vieja,  que era la madre de quién…mirá ahora cuando los agarren si yo me muero…van a terminar presos... Ella me llamaba y me decía que te dejara tranquilo, que me buscara a otro, que iba a terminar mal la cosa.  Qué bien la hicieron, qué bien la hicieron los dos…
No me oís. Te estoy gritando desde acá y nadie oye, o hacen que no me oyen, yo ya no te oigo, hijo de puta.
            B
            A
            J
            O
           
            I
            N
            T
            E
            R
            M
            I
            N
            A
            B
            L
            E
            M
            E
            N
            T
            E
           
            E
            N
           
            U
            N
            A

            C
            A
            T
            A
            R
            A
            T
            A

            H
            A
            C
            I
            A
           
            L
            A

            T
            I
            E
            R
            R
            A
           
Vuelvo a caer más hondo, más abajo, no puedo respirar acá, no hay aire. No sé qué forma tiene mi cuerpo ahora, no sé cómo se acomodó mi cabeza, mis piernas, mi torso, en este pedacito de tierra.  Ya no importa si existe o no un fondo sobre el cual estrellarme y morir. Está tan oscuro, es tan de noche que vuelvo a sentir que no soy yo la que está acá abajo, o soy pero ya no me duele nada, ya no... Me quedo así, inmóvil, en lo negro del pozo, hecha un manojo. No puedo respirar.





 Valeria Cecilia Pariso. Todos los derechos reservados.
 Este cuento fue finalista del Concurso de Cuento Raro de Ediciones Outsider 2012.