Soñé que se podía borrar el nombre de lo cierto.
Tirarlo al mar y esperar
que las olas lo trituren.
Después de un
rato
lo cierto se
rompía
como los
caracoles
y quedaba partido
entre la arena.
Sin embargo, el
dolor de lo cierto seguía ahí,
más elegante
todavía, más filoso.
Nosotros caminábamos
sobre todo lo cierto
como si no lo
supiéramos.
Pero eran
nuestros caracoles rotos de lo cierto.
Y a pesar del
sueño
seguían siendo nuestros
pies.
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