domingo, 16 de septiembre de 2018



Lo último que intenté
fue la caligrafía japonesa.
Quise escribir palabras
como juncos, cangrejo,
algo real como grano de arroz.
Con la mano derecha
mojé el plumín en la tinta,
dejé caer una gota
que pesaba más que un colibrí,
toqué el borde de vidrio
con el filo plateado,
y apoyé con ternura
el misterio en la hoja.
Dice Sayuri que su paciencia
ancestral también tiene límite,
que no quiere enseñarme
nada más,
que otra vez,
otra maldita vez,
puse tu nombre.



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