Anoche soñé que el viento nos
hablaba. Soñé que nos mostraba con qué facilidad podía hacer volar una ciudad.
Con qué rapidez podía sacarnos del medio, tirarnos lejos. En un segundo miramos
por la ventana y nos vimos volar a más de 130 km por hora. Es un mensaje, pensé. El viento
nos seguía hablando. Nos decía que la capacidad de juntar es más difícil que la
capacidad de separar. Que juntar dos elementos exige cuidado, fuerza, precisión. Pero juntar,
nos decía, exige sobre todo otra cosa:
delicadeza. Lo decía con la suavidad de quien toca a un recién nacido.
Delicadeza en la fuerza, en la luz, en el tiempo. Lo último que recuerdo es haber visto uno de
mis vestidos abierto como un pájaro contra los rombos de un alambrado.
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