viernes, 21 de septiembre de 2018



Cuando era niña, cuenta Sayuri,
en cada inicio de la primavera,
iba con sus padres al hanami,
en los jardines de Osaka.

Dice que pasaba horas
bajo la sombra rosa de los árboles,
y que llegó a diferenciar
treinta y dos tonos en las flores,
que van desde el blanco hasta el violeta.

Para aprender a esperar,
hay que mirar las flores, dice Sayuri.

Le digo que cuando era niña,
en cada inicio de la primavera,
me paraba en el patio de mi casa
y abría los brazos para medir el vacío.

Con la brisa de septiembre,
el vacío se llenaba de perfume.

Eso era para mí la espera.

Y no tenía ni idea de qué eran los cerezos.





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