Un día comencé a amar mi cuerpo y todas las algas que lo cruzan. Las vi moverse sobre mí, como si estuvieran libres en el mar, cruzar de oeste a este mi pierna derecha, llegar al pubis, el pecho, una axila. En ese momento supe que sólo un cuerpo amado puede resucitar. Dije: cuando vuelva a abrir los ojos, el espanto habrá desaparecido. Y encontré sólo el rastro de las manos que me habían tocado con amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario