Una escritura que escribe desde su hecha trizas. Un título por ahora
presagio de lo que ya se escribió. Un tópico dejavuense que vertebra una
ausencia doliendo. Por eso el epígrafe de Inés Manzano con ese “tiembla” final.
Acá todo se escribe desde el temblor como epicentro de una poética. Una
escritura que lo intenta al igual que su tópico: el amor. Una escritura que al
igual que el amor: insiste. Como un insomnio de lo que no llega todavía. Esta
wislawa del amor narrado, del amor rematado, el amor y el poema de amor. Ve el
fuego, sabe que es el fuego que quema con su manera de quemar, porque ya se
quemó. Y pone las manos igual. Insiste. Un corpus poético hecho de pequeñas
trizas que hacen la triza entera. Una historia de escritura que nace de haikus
a la argentina, levantando banderas de la brevedad, y desde esa nada a nivel
del mar se vislumbra una nueva ventana de asfixia, las persianas entrecerradas
hacia el otro lado de la noche, donde la intimidad narrada, la claridad como un
clavo en la pared negra, construyen la escritura con la escala Ritcher, a puro
temblor. Pero también es un silencio de manos haciendo el dolor a un costado
del terremoto. Apartándolo. Sacándolo sutil, acariciando con humor a la
Sandrini o a la Marrone todo vestigio de sal, tierno humor acariciando una
espera de primavera que nunca llega pero llega. No se quiere soltar del
lenguaje, no se quiere soltar del dolor, tampoco de la sed. El cómo decirlo
Beckettiano respira por donde otros trillan el amor sin salir indemnes. Sabe
que lo que está diciendo es indecible, insiste y lo dice definiendo su indecir.
La lectura está a la espera del quiebre. Hay una señal: su abuelo diciéndole
“Cuidado conmigo”. Y ella seguramente cruzará todos esos fuegos.
Javier Saleh (Boedo, 1976) Escritor, periodista y poeta.
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