Soñé que en el
barrio armábamos una biblioteca púbica bajo los álamos. Habíamos conseguido
muchos libros y se hacía una lectura silenciosa donde el único sonido eran las
palabras abiertas por los niños que aún
no sabían leer. Todos estábamos sentados sobre la tierra como si fuese una ceremonia.
Siempre llegaba alguien y se sentaba en ronda. No había un último libro, no
había un último lector, cuando alguno se dormía otros despertaban y volvían a
leer. La ausencia consistía en taparse los ojos.
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