Me había despertado
pero los animales
seguían en el jardín.
Le pregunté aterrada
si los veía, dijo sí, sí los veo
entonces corriendo
cerramos puertas y ventanas
para que las ovejas,
los rinocerontes
y los lobos
los rinocerontes
y los lobos
no se metieran adentro de la casa.
Él y yo, tras el vidrio, mirábamos
los cuerpos pesados pisándose
subiéndose, aplastándose, haciéndose morir.
Esperamos casi una hora
hasta que desapareció la última bestia.
Ya no hay miedo, me dijo.
Él me enamora con cosas así.
Animales interiores... ¿enjaulados? Gracias, poeta!
ResponderEliminar