Desarmados como estaban caminaron la alegría hasta encontrarse con el miedo.
Cuando las sombras ocuparon el lugar de las lavandas, se soltaron. Ahí vieron que los momentos felices se les
habían vuelto, en el cuerpo, un sello de agua. Entonces, por temor a que los
lleve la corriente, empezaron a construir un desierto. Se arrancaron todo:
piedra, álamos, ríos, manos, animales, nubes. Con mucho esfuerzo consiguieron olvidarse de llorar. Se secaron. Continuaron yendo a trabajar, cosa de todos
los días. Entonces, los asustados, desprevenidos de la magia del mundo, aprendieron
a sobrevivir llevando sobre sus cabezas
unos sombreros tan grandes que les cubrían, para siempre, el asombro y los
pies.
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