Nos faltó llorar
sobre la nieve, dice Eulalia. Si hubiésemos podido llorar sobre la nieve, hacerlo
bien, usando todo el tiempo que el cuerpo necesite estar sentado sobre una piedra
blanca, mirándonos en paz las zapatillas, mirando cada lágrima caer sobre la
nieve, la sal haciendo espacio, horadando lo suave de una nieve reciente, el
pasto verde abajo dormido como un oso, llorar hasta el silencio, hasta tocarnos
los bordes de la pena para saber si aún duele, llorar hasta cansarnos de llorar
o morirnos, ah, dice Eulalia, no hay lastimadura que resista una ceremonia tan
terrible y tan santa.
Llorar nieve...
ResponderEliminarGracias por pasar y comentar, Anuar.
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