Levantar la persiana nos puede traer a la conciencia el sol en la vereda de aquella vez que se derretía el helado y disimulábamos el manchón. La noche con todas sus acechanzas. La tragedia de un asesinato a la que no fuimos invitados. La fiesta con sus máscaras de misterio o sencillamente hacer entrar el viento, la brisa, para comprobar que una semilla puede ser trasportada al lugar del equívoco.
Poesía intimista la de Pariso; muestra con timidez el desánimo de saber que hay juegos que nunca le serán permitidos y la incógnita: no sé qué querrá la muerte cuando me encuentre.
Lo social abroquelado en la confidencia de una esquina y un Juan (Juan Nadie) al que lo denunciaron por peligroso y se lo llevaron con sus dibujos en la libreta ¿dónde?
Esa sensación recurrente de quedar afuera porque no alcanzan las manos para sostener la persiana y vislumbrar el permiso del recreo. El deseo y espanto a la vez por dejarse llevar por las emociones de una lluvia refrescante y el temor a caer en una alcantarilla con ratas.
El sortilegio del amor, sus desventuras: la sed; el morirse de sed y desconfiar del agua y la certeza de que el amor está y de nada sirve tener el mejor cuaderno de clase. Él encuentra al que se atreva a vivirlo.
Hilda Guerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario