Como si al escribirlo hubiese conjurado la falta de título del libro que tengo terminado, o el universo hubiese esperado que yo admitiera la imposibilidad de nombrar, hoy desperté recordando un poema que no había incluido en el libro y que, sin embargo, debía estar. Debía estar porque ahí, en el último verso, estaba el título y porque cierra la idea general del libro. El poema (que ahora lleva el número 43) es el que copié en mi entrada anterior. El título del libro apareció con la misma magia con que aparecen las cosas que nadie espera y que nos dejan felices para siempre: Del otro lado de la noche.
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