Alguna vez creí que había vivido todo,
que había cruzado el tiempo como se cruza
una sala blanca con un vestido rojo,
creí que era la muerte
el opio del dolor, la puerta abierta,
y me entregué al estruendo del combate.
Verás,
también tu cuerpo encuentra una camilla
donde es examinado por la luz.
También te duelen los intentos y el misterio
de aquello que no has podido resolver.
También en mí confluyen los esfuerzos
y la suerte en proporciones arriesgadas.
Entre mis pechos juegan la vida y la muerte.
Lo mismo hacen la vida y la muerte
entre tus pechos,
entre tus ojos,
entre tu omóplato y tu esternón.
La tristeza es un hongo que crece
en la oscuridad de una familia.
Por momentos creeremos
que la existencia
es algo que podemos definir.
Sin embargo, hay más,
hay más luchas justas en las fábricas,
hay más hierba fresca sobre el monte,
hay signos que todavía
no aprendimos a leer.
Y no creas que intuyes el final
porque el amor tampoco ha terminado.
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