domingo, 16 de diciembre de 2018


Bueno, definitivamente no sentí, cuando llegué a Rauscedo, Italia, que ese era mi lugar en el mundo. Volví sin haber tomado vino caliente pero comí los mejores dátiles de mi vida en una feria callejera de Venecia. Lo mejor de París fue haber quedado en medio de los chalecos amarillos. Lo increíble, el Duomo de Milán. Lo que no me gustó: el Vaticano. Rotundo no. Lo más poético: el barrio donde vivió Alda Merini, el tano que me regaló 3 rosas rojas, y el pibe con rulos tirado sobre el camastro, junto a un gato, en la planta alta de la librería Shakespeare and Company, en París. Como en cada viaje, no escribí ni una palabra. Buena señal. Ahora que sé que Rauscedo no es mi lugar en el mundo, disfruto de la certeza de estar absolutamente perdida.


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