Nunca como este verano vi tantos colibríes en mi jardín. A veces se paran sobre la soga en la que tiendo la ropa. A veces llegan hasta mi hombro y vuelan como si yo no estuviera ahí. Pienso en esas señales, en todos los lugares en donde ya no estoy. He vuelto de un viaje que me llevó muchísimos años, siendo otra. He muerto a mitad del viaje. He nacido a mitad del viaje. Aprendí que nada que el amor no sostenga puede ser sostenido. Sé que cada palabra puede mover un jardín y que ningún silencio es quieto. Estamos condenados a la celebración del lenguaje. Lo sé porque escucho y veo la danza de los pájaros verdes. Yo también pude bailar en las alturas y ser leve al atardecer. Y es por eso que he comenzado a bajar mi corazón.
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