Desarmados como estaban
caminaron la alegría hasta
encontrarse con el miedo.
Cuando las sombras ocuparon
el lugar de las lavandas, se soltaron.
Ahí vieron que los momentos felices
se les habían vuelto, en el
cuerpo, un sello de agua.
Entonces, por temor a que se los llevara
la corriente,
empezaron a construir un
desierto.
Se arrancaron todo:
piedra, álamos, ríos, manos,
animales, nubes.
Con mucho esfuerzo consiguieron
olvidarse de llorar.
Se secaron.
Continuaron yendo a trabajar,
cosa de todos los días.
Entonces, los asustados, desprevenidos de la
magia del mundo,
aprendieron a sobrevivir
llevando sobre sus cabezas unos
sombreros tan grandes
que les cubrirían, para siempre,
el asombro y los pies.
ResponderEliminarComo siempre, por aquí leyendo, enamorada de tus poemas.
Este me ha dejado no sé si respirando o medio ahogada. En lo que es tan hermoso.
Gracias, Valeria
Cariños
montserrat
Que alegría leer tu comentario, Montserrat. Muchas gracias por pasar, leer y dejar estas palabras acá. Un abrazo.
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