Pienso en las flores sobre el alambrado.
¿Eran celestes?
¿Blancas?
El viento las movía todas juntas.
Eran hermosas, pienso,
como algo que no puede dominarse
y sin perder ni un poco la entereza
vuelve una fiesta su actitud de entrega.
Y no aprendimos, digo.
Ni a dejarnos llevar ni a olvidarnos del suelo.
Oh, culpa maldita de estos pies inútiles,
no aprendimos nada de los tallos.
¿Si no fue para imitar,
para qué mirábamos el campo
lleno de flores sobre el alambrado?
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