Lo lindo de hacer un taller de poesía en una librería chiquita es que cuando somos pocos, no se nota, y cuando somos muchos nos sentamos en los lugares más disparatados, un cajón dado vuelta, un estante en forma de cubo, las sillas que trae Tito de su casa, en el suelo, más en el suelo, en un sillón reviejo que se hunde. Mesa para escribir o para apoyar los libros que leemos? No, mesa no tenemos. Cada uno escribe o lee con el papel sobre las piernas. Si perdemos la subversión de la poesía (y eso implica el cómo, el dónde, el cuándo) estamos fritos.
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