Acaso lo más surrealista de hoy haya sido la vuelta a casa en colectivo, un viaje de una hora, leyendo a Olga Orozco, y ver a cuatro mujeres viejas -segundo, cuarto asiento, dos de a pie pero agarradas con sus manos gruesas al pasamanos-, parecidas a Orozco, con sus rulos cerrados, las marcas en la cara de haber vivido mucho, las bocas con sus gestos entre generosos y despectivos -todas las mismas bocas, el mismo mundo-, mirándome leer como si no importara.
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