martes, 31 de diciembre de 2013

El 2013 fue un año en el cual la muerte me estuvo rondando cerca. En febrero Gabo, mi marido, se salvó de un infarto. En noviembre, mi hijo estuvo internado en terapia intensiva también por el corazón, el mismo problema cardíaco que su papá. Fue un año bravo. Pero sobre todo fue un año de aprendizaje. La poesía se hizo vida y viví en poesía más que nunca. Pude publicar Paula levanta la persiana. No es fácil sacar un librito en medio de la crisis. La poesía salva y nos seca las lágrimas. Aprendimos con mis hijas que la gotita de lluvia sigue siendo maravillosa aún cuando cae de la hoja al suelo. Nos levantamos. Aprendí sobre el amor, la magia y el coraje. Aprendí sobre el tiempo y el destiempo. El aquí y ahora. El para siempre. El nunca digas nunca. Aprendí que las gitanas por algo leen las manos. Todo está ahí. Aprendí que puede aparecer un violín en los lugares más insólitos, la plenitud del silencio, la generosidad de los atardeceres. Y aprendí, en medio de la feria y las ofertas, que hay gente que está dispuesta a hacerme mal porque no todos son buenos bajo el sol. Y eso también es la vida, está bien que a los 43 años haya entendido que la maldad no es algo que aparece solo en los cuentos de brujas. Con lo bueno y con lo malo, el 2013 fue el primer año del resto de mi vida, y será, sin duda, al menos para nosotros, un año inolvidable.