El 2013 fue un año en el cual la muerte me estuvo rondando
cerca. En febrero Gabo, mi marido, se salvó de un infarto. En noviembre, mi
hijo estuvo internado en terapia intensiva también por el corazón, el mismo
problema cardíaco que su papá. Fue un año bravo. Pero sobre todo fue un año de
aprendizaje. La poesía se hizo vida y viví en poesía más que nunca. Pude
publicar Paula levanta la persiana. No es fácil sacar un librito en medio de la
crisis. La poesía salva y nos seca las lágrimas. Aprendimos con mis hijas que
la gotita de lluvia sigue siendo maravillosa aún cuando cae de la hoja al suelo.
Nos levantamos. Aprendí sobre el amor, la magia y el coraje. Aprendí sobre el
tiempo y el destiempo. El aquí y ahora. El para siempre. El nunca digas nunca.
Aprendí que las gitanas por algo leen las manos. Todo está ahí. Aprendí que
puede aparecer un violín en los lugares más insólitos, la plenitud del
silencio, la generosidad de los atardeceres. Y aprendí, en medio de la feria y las
ofertas, que hay gente que está dispuesta a hacerme mal porque no todos son
buenos bajo el sol. Y eso también es la vida, está bien que a los 43 años haya
entendido que la maldad no es algo que aparece solo en los cuentos de brujas. Con
lo bueno y con lo malo, el 2013 fue el primer año del resto de mi vida, y será,
sin duda, al menos para nosotros, un año inolvidable.