Con 40 grados de calor no hay forma de sacar a Roma de atrás
de una maceta. Sufre el calor tanto como yo, y ninguna de las dos entendemos qué
hacemos viviendo en un lugar donde de diciembre a mayo es verano. Pero amamos
esta casa porque fue la casa de mi abuela. Y tiene baldosas viejas de granito que
de tan viejas, si vas descalza, sentís los granitos del piso. Y un galpón
donde guardamos desde el dogui hasta una multiprocesadora que dejó de andar
cuando quise hacer queso rayado y era tan duro el queso que fundí el motor. En
fin, Roma y yo andamos atontadas por el calor, pero nos hacemos compañía. Ambas
sabemos que estamos aquí, juntas e incondicionales, transitando el desierto,
resistiendo como dos cactus.