domingo, 4 de diciembre de 2016

Reseña de Del otro lado de la noche en Margen lector, el blog de Diego García



Del otro lado de la noche es un poemario con una propuesta intensa y llena de bifurcaciones, en cuyo trayecto el lector se verá obligado a indagar en múltiples pasadizos que van y vienen: del texto al mundo y del mundo al texto.


El poema 3 es una verdadera revelación, porque en lugar de encontrarnos con un sujeto que dice y dice como una máquina, Valeria nos descoloca: Yo no lo sé decir, / no sé ponerle nombre a esta cosa que brilla. Ese es el asombro hondo del lenguaje, esa aceptación del hueco, de un espacio real y vivo no completado con cualquier cosa para contentar una conciencia acumulativa. 


La poeta sabe que el fragmento es la forma de comunicación entre el sujeto y su palabra (no necesariamente con un público). Entonces algunas estancias son reflexivas puramente y otras traen escenas que se engarzan luego en una trama muy interesante, genuina.


Hay dos temas sustanciales: el dolor y el decir. En el poema 23 los últimos versos los aúnan y complejizan: quién te dirá mis manos / quién te dirá el dolor. Otra vez la no certeza como perforación de la superficie. Notemos que lo que debe ser dicho no es discurso sino cuerpo y experiencia; las manos y el dolor como experiencia, la vida en el poema, el lenguaje de esa vida en el poema. Decir las manos es creer en las manos como signo trascendente. La materia del texto es el texto, por eso, justamente, nos permite leer la vida y no la trampa viceversa.


Creo que el aspecto más valioso de este libro es esa interpelación de un lenguaje que es fruto del poetizar. Una construcción original y activa. Para nada paisajística ni dada de antemano. El aprendizaje parece ser, para este sujeto, desaprender. Lograr no decir lo supuesto. Por ende, volver a vivir sin ataduras: Y ya no supimos qué se hacía / con el desierto, / con los signos, / con la sed.


Qué bueno es encontrarse del otro lado de la noche con esta poesía.




Diego L. García
26
Poco a poco fuimos descubriendo
cómo se pone sal sobre el silencio
y agua detrás de las palabras.

Y nos gustó callar para decir la ausencia.
Y nos gustó decir para temblar la calma.
Pero el amor.
El amor crudo.
Y ya no supimos qué se hacía
con el desierto,
con los signos,
con la sed.






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