Hemos puesto las manos bajo el agua
y no logramos tener la
suavidad
del alga que se lleva
la corriente.
¿Quién nos quitará el don de la dureza?
Hemos puesto las manos sobre la tierra
y no floreció nada.
¿Quién se llevará el fruto de la espera?
La distancia
entre la mano y el cactus no siempre
es igual a la espina.
¿Quién sabrá cuánto nos duele?
Hemos elevado los brazos al cielo
y ningún pájaro reconoció nuestra intención.
¿En qué pozo se grita para decir estamos listos?
Ahora lo sabemos: el territorio puede
resultar hostil.
Sin embargo, querido mío,
estas manos inútiles nos han hecho felices:
no nadan, no crecen, no vuelan,
son piedra quieta,
rosa muerta, esqueleto,
puro intento, un testimonio.
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