Te estoy hablando como si no existieras
como si fueras algo muerto o terminado
igual que el hueso de un durazno.
Tu corazón se parecía a un fruto
pudriéndose en lo alto.
Querido: mi voluntad asustaría a las monjas.
Así que fui por vos, como quien entra
sin un fusil
en un campo de combate.
Todo era triste y todo era tan nuevo
que no dudé en tomar lo que caía.
Quien pudo amar así comprenderá qué digo:
Por más vivo que esté
no resucita el corazón difunto.
Cierro mi estómago a tu soberbia
confiada en las bondades del ayuno.
Querido.
Quisiera no pensar así cuando te nombro.
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