Por fin, un día lo entienden,
y se callan.
Y dejan de mostrar
el borde en carne viva
que les quedó brillando.
De pronto, no se quejan,
desconocen los fados.
Les dan risa sus cuerpos
llevados por el viento.
Y aman como se ama
aquello que perdura:
con cierto humor,
con cierto espanto.
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