No llego a leer todo lo que quiero leer. Todo lo que me rodea se ha convertido en un lugar para apoyar material de lectura y lápices negros. Cada tanto, el cuerpo me pide un respiro y debo buscar en la no-biblioteca esparcida por toda mi casa, dos o tres versos de Pizarnik, de Idea, de Gelman, de Gamoneda. Disfruto de casi todo lo que leo, pero los que he elegido como clásicos me proporcionan una paz que ningún otro autor puede darme.