Antes de la
lluvia, igual que antes de la última palabra, el cielo engaña. El brazo cree que
si se estira puede tocar la gota o la boca. Sería fácil decir llové y que
lloviese. Decir callá y que ocurriese el
silencio. Pronunciar la última palabra bajo la lluvia. A nosotros, los memoriosos,
nos debería ser dada la tregua de abrir el paraguas y caminar, sin dolor, bajo
los nombres.