jueves, 28 de marzo de 2019

Nuevo texto de Jotaele Andrade sobre La trilogía, leído en La casa del árbol



 La poesía de Valeria Pariso en la trilogía: La ruta del paratexto

                        Un verbo donde crepita la materia


Todo libro, podría decirse, no deja de ser un acto valiente. Podría decirse. O un acto insensato según se juzgue. O una mezcla de ambas. Siempre es un acto, cuyas consecuencias la sabrán lectores y autores.
Una trilogía, esta que presentamos hoy, en estos tiempos, es indudablemente un acto de valentía. Y un acto osado. Y también una insensatez.
Si a los actos valientes que funcionan se les respondiera con un estado álmico esto significaría que el cometido poético ha sido logrado: emocionar, asombrar. Pero no sólo es ese el cometido de la poesía de Valeria. Me atrevería a decir que va mucho más allá, que busca irrumpir como una música nueva, compleja. Con una voz que busca establecer más que un discurso poético, un hecho poético, un real poético, si es que esto puede ser posible.

Imaginemos la voz creadora diciendo: “sean las bestias con pezuñas”. Y ahí, de pronto, desde siempre y recién creadas, apareciendo las bestias con pezuñas que pastan, las bestias con pezuñas carnívoras, las bestias con pezuñas trepadoras. Es decir todo lo que no estaba en lo real pero que estaba germinado en el silencio del verbo, antes de ser dicho.

Ese silencio es entonces la antesala de lo que se va a decir, lo que sostiene lo dicho, la fricción que tensa y combustiona el cuerpo inflamable. La materia que se une al aliento y crea cada cosa.

Para graficar este verba dicendi, eso donde tensiona lo que luego eyectará para ser, con la trilogía se me ocurre ir por los paratextos que se dispersan en el libro. Y estos textos auxiliares los propongo como suelo o magma, como un sonido ya dado que se suma la música de la poética de Valeria Pariso y que se asimila a veces como contrario, a veces como muleta, ya como antesala o respuesta.

El primero de ellos dice “Ese pájaro lleva el sol en su corazón”, es de Raúl Gustavo Aguirre y es el epígrafe que se proyecta sobre toda la trilogía. Pero hace hincapié, se corporiza como un sustitutivo de lo que falta cuando la poeta dice:

“Me falta una parte del costado izquierdo.
Pero sigo.
Y ahí estaba el corazón.”

Hay una tensión y una correspondencia entre el corazón fugitivo y el pájaro que asciende llevando el sol. Uno y otro son símbolos, claro. Uno es el símbolo humano del amor. Y otro podría conjeturarse como el alma humana y su luz divina.

Ambos en una misma voz poética expresan la tensión entre lo espiritual y lo afectivo. Que se expresa en el poema a continuación:

“Los guardianes de la culpa
se convirtieron en un pájaro desconocido.
Los guardianes de la culpa
comieron mis ojos al atardecer.
La culpa bailó vestida de blanco sobre mi cuerpo.
Tan implacable, tan casta.”

La culpa, dice la voz poética mientras opone al vacío, a lo vaciado, el alma, el calor reconfortante de la fe.

Pero no sólo se trata de oponer, también es ¿qué poner en el lugar donde el vacío se aposenta?. La poesía misma y su consuelo hecho también de pájaros que graznan y preguntan:

“¿Cómo cerraré lo que duele y late
sin que quede adentro ternura ni esperanza”

De todos modos sea ya metáfora del ascenso del alma hacia un más allá de lo real en tanto mundo, en tanto cosa que es y en un más acá en tanto es pensamiento, trasmutación, hay una pérdida del elemento y su hechura simbólica:

“Ya no estoy entera.
En algún lugar leí la palabra corazón.”


Es cierto que pasar ya no de la palabra ciervo al ciervo, si no del símbolo a la palabra es una suerte de verba dicendi invertida, lo dicho queda palabra. Pero no por eso menos dolorosa, ni menos asible. Esto es la poesía, el animal embalsamado de lo dicho.

Aun así este pájaro de Aguirre se remonta como un ascenso álmico de la poesía que lleva la luz para iluminar zonas vaciadas, la oquedad en un cuerpo que se debate entre decir el eco y su voz al mismo tiempo, ser y lo que se deja de ser. Y acaso para regenerar lo perdido con lo solar, lo sagrado que entibia y da vida.

*

Toda la poesía de la trilogía es una poesía de pérdida y de recuperación. Pero como la brasa devuelve al fénix a su hechura, a su ser vivo, también la poesía de Valeria, sobre todo en Uva negra, restituye los cuerpos alejados de los amantes a su acontecer, a su historia. Sin embargo algo se ha perdido. Nada vuelve igual luego de ausentarse:

“Hay que devolver
intacta
la rosa al mundo
como si en la desesperación
no nos hubiésemos comido,
uno a uno,
los pétalos”

**

El silencio es un lugar lleno de ruido o La flor poética es tan real como su ausencia

Los siguientes epígrafes dicen:

Ella,/ como la lluvia,/ habla en silencio – Alberto Szpunberg

Si tu voz/ me apela por mi nombre/ todos los sonidos/ se levantan – Mónica Sifrim

lanzaba un canto de desafío – Juan Rulfo

Ya nada puede exigirme el silencio/ ni pedirme pulcritud en la evidencia/ he pagado con tiempo y con muerte – Juana Bignozzi

Algo, madre/ no me da/ respiro – Irene Gruss

Se menciona el silencio, los sonidos, la voz, el canto, todas instancias de la fase primigenia de la poesía y, posteriormente reconvertidas a fases simbólicas.
Desde ellos se desprende uno que es un aire, sin tregua, extenuante, que no da respiro. Y ese no respiro sucede entre Ana y Ramiro, en Uva Negra, en la distancia que arde con el azufre de la ausencia, que sofoca cuerpos y pensamientos. De esto dan cuenta las cartas que se envían los amantes: barcos incendiados que van y vienen por la distancia de la separación.
Así está dicho en el libro:

“El tiempo
es una piedra efervescente”

Desde la voz que al nombrar el nombre de quien desea ser nombrado, se detonan todos los sonidos. El verba dicendi sustantivizando lo subjetivo y su deseo, que, en tanto atine a nombrar al yo poético, también abrirá la caja de  los truenos del sonido del mundo.

Se espera la voz que nombre para que sea el ruido y la música, el chasquido y la tormenta, el canto y la charla.

En esta reversión del verbo creador, lo que se encuentra es la voz desatando las campanas del deseo con sólo decir: Ana, Ramiro.

 Pero también se sabe que:

“Ningún sonido
devuelve
los bordes de las aguas”

Esos bordes, esas orillas son el extremo de la otredad. Lo que se nombra no es lo nombrado. Nunca. Y ese ella que semeja la lluvia antes de golpear contra las cosas revela el silencio de lo que no se nombró aun, lo que es en sí mismo, la pureza, lo no contaminado todavía por la palabra. Aun así el lenguaje es la única materia que se tiene. La poeta contesta a esta disyuntiva con cierto acto de fe:

“dentro del silencio
no se puede mentir”

que es también una postura poética:

“Sé que cada palabra puede mover un jardín
y que ningún silencio es quieto.
Estamos hechos para la celebración del lenguaje.”

En esta celebración es posible decir con Juan Rulfo lanzaba un canto de desafío y también apelar a versos de Juana Bignozzi “Ya nada puede exigirme el silencio/ ni pedirme pulcritud en la evidencia” Se desafía el ademán ajeno que pide reserva, esmero, y mostrar con detalles y en orden lo que se tiene para revelar, se canta mostrando los dientes porque, sigue diciendo Bignozzi, “he pagado con tiempo y muerte”. Se acepta así que se canta para suturar, para aguantar las moscas, para medir el mundo con el pie lastimado. Aceptación y saber concurren al canto:

“Lo sé porque escucho y veo
la danza de los pájaros verdes.
Yo también pude bailar en las alturas
y ser leve al atardecer.
Es por eso que he comenzado a bajar mi corazón.”

En ese bajar el corazón como una bandera que se arría, devolverlo quizás a su lugar de músculo, el verso de Susana Thénon, Dios no funciona, opera como una derrota:

“Domrémy tiene una casa amarilla
que resiste en la frontera de Lorreine.
El viento trae flores del noreste
cuando se sueltan
de la cadena montañosa de los Vosgos.

Ah,
es un lugar hermoso para creer en Dios.

Pero yo no nací en Domrémy,
y nunca estuve ahí.”

y también:

“Dios no me dijo nada.”

El yo poético destituye a dios como ente funcional de la emotividad y del verba dicendi y lo coloca en una mudez inútil. Constituye un nuevo dios creador en la naturaleza, en la vida misma:

“Fui yo la que encontró las primeras palabras
en la boca de un árbol.”

Esta línea poética se extiende hacia el último de los epígrafes, de Juan Rulfo:

no hay árboles./ Los hubo en algún tiempo
porque si no/ ¿de dónde saldrían esas hojas? – Juan Rulfo

Lo que ofrece la naturaleza, al menos, son las evidencias. Dios cuando mudo, cuando callado es acaso una posibilidad, un deseo, una necesidad imperiosa, que es creado por el verbo humano cada vez que lo nombra. Y cada vez que lo nombra es aire lo que queda, lo dicho que se hunde en el silencio.

Ya he dicho anteriormente que toda la poesía de la trilogía es una poesía de pérdida y de recuperación. Esto último sucede luego de una intensa búsqueda. Hay una voz que nombra, conjura, lo que se pierde o fue abandonado. Lo hace patente, corporiza su vacío a través de los indicios. Lo que ofrece la voz poética de Valeria Pariso es decir la flor a través de los pétalos desperdigados. ¿Pueden sentir su perfume, su tallo mordido por las pinzas de la hormiga, su sombra a ras del suelo? Esa es la invitación.

                                                      Jotaele Andrade, fin del verano 2019  entre ocres, Caba


No hay comentarios:

Publicar un comentario