sábado, 15 de septiembre de 2018



Anoche soñé que el viento nos hablaba. Soñé que nos mostraba con qué facilidad podía hacer volar una ciudad. Con qué rapidez podía sacarnos del medio, tirarnos lejos. En un segundo miramos por la ventana y nos vimos volar a más de 130 km por hora. Es un mensaje, pensé. El viento nos seguía hablando. Nos decía que la capacidad de juntar es más difícil que la capacidad de separar. Que juntar dos elementos exige cuidado, fuerza, precisión. Pero juntar, nos decía, exige  sobre todo otra cosa: delicadeza. Lo decía con la suavidad de quien toca a un recién nacido. Delicadeza en la fuerza, en la luz, en el tiempo.  Lo último que recuerdo es haber visto uno de mis vestidos abierto como un pájaro contra los rombos de un alambrado.



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