martes, 18 de julio de 2017


Parecía un sueño: yo reconocí a Viviana que estaba sentada frente a la mesa larga, hecha con caballetes y tablones de madera.  La llamé. Ella se paró y su vestido transparente, como de agua, se estiró brillando al sol.   Debajo se veían los volados de su ropa interior que eran  grandes y blancos.  El resto de la gente siguió comiendo  y hablando. Me saludó,  y con la mano señaló que había mucha gente y que no podía salir de ahí. Hice un gesto como para que ella supiese que no era necesario venir.  Viviana acomodó la catarata de su vestido,  volvió a sentarse,  y yo seguí comiendo, con mi traje negro,  en la mesa que estaba a trescientos ochenta kilómetros de ella.




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