lunes, 21 de enero de 2019


Cuando era niña, mi juego preferido era disfrazarme con la ropa de mi madre. Sus tacos altos, sus collares, sus vestidos. Reconozco que vuelvo a ese juego cada vez más seguido: no como disfraz sino como un ejercicio de resistencia: me divierte pensar que debajo de los metros de tela que me cubren, mi cuerpo es pequeño como una granada.


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